
En cuanto aparece un hombre que no quiere someterse a la lógica de los tiempos, los ángeles tienen inmediatamente algo que hacer.
En Las obras del amor (1847), Kierkegaard criticaba profundamente la conformidad con las normas sociales y las lógicas dominantes de su época, como el racionalismo hegeliano o la religión institucionalizada. En sus escritos, a menudo plantea la importancia del individuo que se atreve a desafiar las expectativas del mundo para vivir auténticamente. Decir "no me quiero adaptar a la lógica de los tiempos" es, en este sentido, un acto existencial que resuena con su ideal del caballero de la fe: aquel que, con valentía, vive en una relación directa con lo eterno, rechazando las exigencias superficiales del mundo. Para Kierkegaard, la ocupación angelical, así, incluye ser testigos de estas elecciones radicales. Los ángeles, como seres eternos, estarían alineados con lo absoluto, atentos a aquellos humanos que eligen lo eterno por encima de lo temporal, es decir, que desafían el "espíritu de la época".
Quizá todo lo que conocemos como el colapso no es más que el paso a un mundo en el que aún no hemos aprendido a transitar.
El colapso no es solo el fin de una estructura o el derrumbe de un orden, sino un momento de transición que pone de manifiesto la fragilidad de lo que consideramos estable. Esto implica reconocer que esa idea de permanencia era un, además, imposible. ¿Acaso no fue un meteorito errante el que acabó con un mundo...
En cuanto aparece un hombre que no quiere someterse a la lógica de los tiempos, los ángeles tienen inmediatamente algo que hacer.
En Las obras del amor (1847), Kierkegaard criticaba profundamente la conformidad con las normas sociales y las lógicas dominantes de su época, como el racionalismo hegeliano o la religión institucionalizada. En sus escritos, a menudo plantea la importancia del individuo que se atreve a desafiar las expectativas del mundo para vivir auténticamente. Decir "no me quiero adaptar a la lógica de los tiempos" es, en este sentido, un acto existencial que resuena con su ideal del caballero de la fe: aquel que, con valentía, vive en una relación directa con lo eterno, rechazando las exigencias superficiales del mundo. Para Kierkegaard, la ocupación angelical, así, incluye ser testigos de estas elecciones radicales. Los ángeles, como seres eternos, estarían alineados con lo absoluto, atentos a aquellos humanos que eligen lo eterno por encima de lo temporal, es decir, que desafían el "espíritu de la época".
Quizá todo lo que conocemos como el colapso no es más que el paso a un mundo en el que aún no hemos aprendido a transitar.
El colapso no es solo el fin de una estructura o el derrumbe de un orden, sino un momento de transición que pone de manifiesto la fragilidad de lo que consideramos estable. Esto implica reconocer que esa idea de permanencia era un, además, imposible. ¿Acaso no fue un meteorito errante el que acabó con un mundo dominado por dinosaurios? Hubo un último día en ese paraíso, y al día siguiente el tiempo se detuvo y todo volvió a comenzar. En nuestro tiempo, el colapso se presenta de forma recurrente de varias formas. La primera, como amenaza o como probabilidad, implica nuestra destrucción absoluta. El botón nuclear está en manos de gente sin cultura, sin escrúpulos y con pésimo gusto. La segunda acarrea un cataclismo cotidiano. Es el deterioro del medio ambiente, la desaparición de la selva tropical, el calentamiento global, la contaminación de la atmósfera, los ríos y los mares. La última es aún más compleja e implica el desmoronamiento casi cotidiano de las certezas políticas, sociales y culturales que alguna vez nos dieron un sentido de dirección.
Un discurso visible
Frederick Kiesler, arquitecto visionario y pensador, concibió su idea de la ciudad ideal no como una acumulación de estructuras funcionales, sino como un organismo vivo, dinámico y en constante evolución. La "Endless House" ejemplifica esta visión, una arquitectura fluida que rechaza las divisiones rígidas entre el espacio interior y exterior. Proponía una integración con el entorno natural y humano a través de tres conceptos que provenían de su metafísica personal: conectividad, correlación y biotécnica. Kiesler prefería ver la ciudad como un diálogo continuo entre las fuerzas del entorno y las necesidades humanas, superando la mera noción de civilización impuesta a la naturaleza. Su utopía urbana desafiaba las nociones modernas de progreso que priorizan la explotación sobre la coexistencia. Villalobos, a su manera, retoma esta inquietud, investigando en sus obras la relación entre la naturaleza y las fuerzas ideológicas que han moldeado nuestra percepción de ella. A través de paisajes fragmentados y escenas de devastación, sus piezas no solo reflejan la realidad, sino que interpelan las estructuras de poder y consumo que dictan las formas en las que habitamos y transformamos el mundo.
La pintura como máquina de habitar
Cuando Luis Alfonso Villalobos describe su pintura como una "máquina de habitar," evoca una compleja red de referencias que oscilan entre la exuberancia simbólica barroca y la modernidad funcionalista. En su célebre declaración de principios, Le Corbusier concebía la arquitectura como un mecanismo racional para satisfacer las necesidades humanas fundamentales, integrando funcionalidad y estética en un espacio vital. Villalobos retoma esta idea y la traslada al campo pictórico, configurando imágenes que no solo se contemplan, sino que se experimentan como espacios habitables. Villalobos cree, como Le Corbusier, que la arquitectura (o, en su caso, la pintura) puede estar dedicada al vivir y, así, transformar el mundo. Sus composiciones no buscan ser ventanas, sino escenarios autónomos. La pintura se convierte en un dispositivo donde la estructura formal, los vacíos y las tensiones internas no solo sostienen la obra, sino que articulan una experiencia del habitar más allá de lo físico.
Ferrán Barenblit