Claude Monet pintó la catedral de Rouen 31 veces entre 1892 y 1894. En ciertos cuadros, la catedral es totalmente multicolor, pintada con un contraste alto que resalta el detalle de su portal oeste, pero en otros, casi monócromos, su forma desaparece casi por completo, hasta volverse una sombra borrosa donde podemos sentir la frescura de la lluvia en el rostro y la fragilidad de la luz del amanecer. La catedral ya no está ahí para manifestar algo, sino como una superficie de proyección para el presente más fugaz, que Monet busca a través de la representación —casi fotográfica— de la luz sobre el edificio. La lección de lxs impresionistas, justo en un momento en que la fotografía empezaba a amenazar todo el proyecto representativo occidental, fue esta: alejarse del realismo para abrazar la pintura como una subjetividad admitida, una narrativa situada y sentimental, que más adelante lograría afirmarse como un proyecto político en sí mismo.
Los pintores varones del siglo XX se clavaron en la abstracción y la bohemia para escapar de las responsabilidades asesinas que su sexo les asignó en su época. El surrealismo, en particular —una prolongación del fauvismo y del romanticismo del cambio de siglo— fue la reivindicación política de una interioridad que la belicosidad de la época había negado a la masculinidad, y que ciertos hombres fueron tan valientes en reclamar, entre acusaciones de mariconería y sensibilidad femenina.
Cuando Ismael Sentíes...
Claude Monet pintó la catedral de Rouen 31 veces entre 1892 y 1894. En ciertos cuadros, la catedral es totalmente multicolor, pintada con un contraste alto que resalta el detalle de su portal oeste, pero en otros, casi monócromos, su forma desaparece casi por completo, hasta volverse una sombra borrosa donde podemos sentir la frescura de la lluvia en el rostro y la fragilidad de la luz del amanecer. La catedral ya no está ahí para manifestar algo, sino como una superficie de proyección para el presente más fugaz, que Monet busca a través de la representación —casi fotográfica— de la luz sobre el edificio. La lección de lxs impresionistas, justo en un momento en que la fotografía empezaba a amenazar todo el proyecto representativo occidental, fue esta: alejarse del realismo para abrazar la pintura como una subjetividad admitida, una narrativa situada y sentimental, que más adelante lograría afirmarse como un proyecto político en sí mismo.
Los pintores varones del siglo XX se clavaron en la abstracción y la bohemia para escapar de las responsabilidades asesinas que su sexo les asignó en su época. El surrealismo, en particular —una prolongación del fauvismo y del romanticismo del cambio de siglo— fue la reivindicación política de una interioridad que la belicosidad de la época había negado a la masculinidad, y que ciertos hombres fueron tan valientes en reclamar, entre acusaciones de mariconería y sensibilidad femenina.
Cuando Ismael Sentíes empezó a pintar, rápidamente sintió que no le correspondía explicarnos el mundo exterior, sino más bien proponer humildemente una forma de hacer visible cómo el ejercicio de la pintura podía cambiarlo a él mismo, a través del hecho de dejarse errar por la técnica, por la superposición de las capas de grafito o pintura, hasta que el blanco del papel o el fondo de color desapareciera, se volviera otra cosa, se dejara cercar por la materia y, por fin, permitiera a la mirada del espectador discernir algo —algo no necesariamente intencional por parte del autor. En la exposición, lo salvaje puede hacer referencia entonces tanto a la intensidad de los sentimientos generados en el interior de uno mismo por la vida moderna y la violencia que conlleva, como al proceso mismo de pintar. Las pareidolias que Sentíes logra construir con las plantas y nubes presentes en sus cuadros, hasta que parecieran tomar una vida propia, casi animal, afirman, en fin de cuentas, el proceso material y estético de la pintura como un ejercicio recíproco de domesticación y autoescucha simbólica.
Así que, como si fueran sueños, explosiones y árboles no están tanto ahí para interpretarse, sino para contemplarse y asociarse libremente, perderse en el motivo de la línea, del color, del primer y del último plano. Al final, así como la denuncia de las fábricas que rodeaban Rouen y hundían su catedral en un humo tóxico no era el propósito de Monet —a pesar de que existen estos indicios en sus cuadros—, tampoco es el propósito de Senties alarmarnos sobre los mega incendios, la destrucción del medio ambiente, el bombardeo incesante de poblados inocentes o la tentación de aislarse en la naturaleza para siempre. Que interior y exterior coincidan es, al final, una mera coincidencia.
Dorothée Dupuis, Octubre 2025.