
Andrea Ferrero
A veces duermo con los ojos abiertos
PALMA - Sala 1
septiembre 24, 2025 - diciembre 31, 2025
A veces duermo con los ojos abiertos
Aunque el patio de juegos parece un lugar para correr, trepar y deslizarse, el trabajo de Andrea Ferrero lo revela como un teatro donde los cuerpos ensayan rutinas de obediencia. El sube y baja, el columpio y la resbaladilla, intervenidos con gárgolas monstruosas, rostros de quimeras y ornamentos puntiagudos, se convierten en máquinas de vigilancia disfrazadas de juego. Los gestos más inocentes —columpiarse, resbalarse, equilibrarse— delatan coreografías de poder.
Dormir con los ojos abiertos es permanecer en ese estado ambiguo donde la vigilia nunca se apaga del todo. Es vivir bajo la sospecha constante de una mirada que vigila incluso en los sueños. En este patio, esa mirada tiene cuerpo: criaturas grotescas que custodian cada aparato. Las figuras que históricamente decoraban los jardines y las fortalezas imperiales ahora se acercan a los cuerpos, los acompañan en su vaivén, los interpelan en cada movimiento. Dormir con los ojos abiertos es jugar bajo su vigilancia, con la certeza de que incluso la imaginación está atravesada por órdenes invisibles.
El sube y baja nos recuerda que ninguna acción es inocente. Dos cuerpos enfrentados dependen uno del otro para sostener el movimiento. Cada descenso es un gesto de dominio, cada ascenso implica someterse a la fuerza contraria. Lo que parece un juego de confianza es una lección de dominio recíproco: permanecer arriba o hundirse depende de un equilibrio de poder. Y en medio...
A veces duermo con los ojos abiertos
Aunque el patio de juegos parece un lugar para correr, trepar y deslizarse, el trabajo de Andrea Ferrero lo revela como un teatro donde los cuerpos ensayan rutinas de obediencia. El sube y baja, el columpio y la resbaladilla, intervenidos con gárgolas monstruosas, rostros de quimeras y ornamentos puntiagudos, se convierten en máquinas de vigilancia disfrazadas de juego. Los gestos más inocentes —columpiarse, resbalarse, equilibrarse— delatan coreografías de poder.
Dormir con los ojos abiertos es permanecer en ese estado ambiguo donde la vigilia nunca se apaga del todo. Es vivir bajo la sospecha constante de una mirada que vigila incluso en los sueños. En este patio, esa mirada tiene cuerpo: criaturas grotescas que custodian cada aparato. Las figuras que históricamente decoraban los jardines y las fortalezas imperiales ahora se acercan a los cuerpos, los acompañan en su vaivén, los interpelan en cada movimiento. Dormir con los ojos abiertos es jugar bajo su vigilancia, con la certeza de que incluso la imaginación está atravesada por órdenes invisibles.
El sube y baja nos recuerda que ninguna acción es inocente. Dos cuerpos enfrentados dependen uno del otro para sostener el movimiento. Cada descenso es un gesto de dominio, cada ascenso implica someterse a la fuerza contraria. Lo que parece un juego de confianza es una lección de dominio recíproco: permanecer arriba o hundirse depende de un equilibrio de poder. Y en medio de este balanceo, los monstruos acechan. Empotrados desde la estructura, se ríen en silencio mientras observan cómo el juego reproduce su propia lógica: uno sube porque el otro baja, uno reina porque el otro cede. El juego se vuelve pesadilla coreografiada.
En su vaivén hipnótico, el columpio encarna otra forma de disciplina: el impulso de volar está siempre encadenado. El cuerpo es empujado en búsqueda de libertad en el aire, pero las cadenas lo devuelven una y otra vez al mismo punto. Oscilando dentro de un límite invisible, el cuerpo aprende a repetir un gesto enmarcado por la estructura. Y mientras, los ojos monstruosos no solo vigilan–también marcan el ritmo. En este patio, la libertad en el aire se vuelve un espejismo cuando inmóviles criaturas aladas nos recuerdan que incluso el deseo de volar puede ser domesticado.
La resbaladilla es caída dirigida. Primero el esfuerzo de subir, luego la completa entrega a la gravedad. No hay desvío posible: el cuerpo sigue un camino ya trazado. La emoción del riesgo, la ilusión de valentía, es en realidad obediencia a una trayectoria fija. La disciplina se inscribe en los cuerpos: se interioriza en los músculos, en la memoria del gesto repetido. Y mientras el cuerpo desciende, los monstruos celebran con sus sonrisas metálicas y se burlan del descenso que no tiene escapatoria.
Andrea Ferrero convierte este patio en una pesadilla compartida. El espectador, al participar, juega con los monstruos y bajo sus reglas, convirtiéndose en parte de esta vigilia extendida. Así, el patio de juegos no es solo un recuerdo de infancia transformado, sino una metáfora del presente: un mundo donde el poder necesita de nuestra participación para sostenerse, donde la vigilancia se esconde bajo la máscara de lo lúdico y donde jugar con los monstruos quizá sea la única forma de soñar despiertos.
Paulina Ascencio Fuentes, Septiembre 2025
Fotografías por Registro Foto de Obra